Armando del Río

Pese a ser un excelente actor y de extensa carrera, trabajando cine, teatro y TV desde el 92, ignorante de mí, no he descubierto a Armando hasta hace unos días, gracias a mi amiga Cristina, la directora de la agencia que le lleva la comunicación, quién pocos días antes me hablaba de él como buen actor, buen tipo, y con un rostro “que te va a gustar retratar”.

Escuchando estos comentarios no puedo resistir la tentación de pedirle que por favor nos ponga en contacto, a lo que responde.

  • No hay problema, Pepe

Poco después por teléfono, le pongo al corriente de todo y en el compromiso de una sesión ante la cámara y los flashes, a la que sin titubeo acepta, dejando cerrada una cita para unos días más tarde hacia media mañana, con idea de trabajar relajadamente y quedar libres antes de la hora de comer.

El día de marras, me llama un poco perdido al no encontrar el lugar exacto de la cita.

  • Pues espera que me acerco a buscarte, le contesto. Por lo que me dices estás aquí mismo 

No resulta complicado encontrarnos pues está a pocos metros del estudio. Al vernos por primera vez, aparte de la grata impresión que me causa su cercanía, no puedo evitar de en mi papel de retratista fijarme en un rostro maduro y de mucho carácter, por lo que mientras conversamos de regreso al estudio ya estoy pensando en darle total protagonismo a ese rostro y por supuesto a la mirada.

Mi amigo Juanjo y propietario del estudio, nos acompaña hablando con pasión de alguna de sus aventuras submarinas y de sus amigos los tiburones. Es un gran fotógrafo submarinista, pero siempre he pensado que debe tener desactivado el chip de la prudencia para hacer lo que hace.

Ya dentro y a la vista de la ropa que trae puesta Armando, creo que ya sé lo que debo hacer para el resultado que pretendo.

Colocando un flash lateral con una ventana soft con la luz bien medida y Armando a la distancia correcta del fondo negro por detrás, su jersey oscuro quedará vagamente iluminado y con algo de textura, el fondo quedará completamente negro y así el rostro tomará absolutamente todo el protagonismo de la imagen.

Conforme con el resultado que veo en las pruebas, no tengo que hacer nada más que seguir charlando, y aprovechar los momentos en que es él quién me escucha a mí para disparar mi cámara.

Disparo varias veces a la espera del momento justo, que llega cuando aparece un gesto sereno y a la vez un tanto desafiante, con una mirada que atraviesa el objetivo y va más allá, hacia el espectador.